Al maestro con cariño:
En mi vida he tenido muchos maestros, los que me enseñaron las letras, los que hicieron lo propio con los números, la naturaleza, el mundo y el universo.
Recuerdo a la gran mayoría, es una lástima, porque debería de recordarles a todos, sin embargo, quisiera que sepan que cada pequeño pedazo de conocimiento que me hicieron el favor de depositar en la cabeza de chorlito que hoy ha madurado, está ahí, sirviendo a quienes les hace falta, educando a su vez a quien tiene el mal tino de preguntar algo...
Los hubo pacientes, gritones, educados, acomplejados, hilarantes, serios, activos, flojos, estudiosos, apáticos, brillantes, estúpidos; pero aún con sus defectos, sin excepción, intentaron llenar el tiempo tratando de enseñar lo que sus complejos planes de estudio establecían.
Recuerdo anécdotas de profesores que me sacaron del salón por leer el MAD, de quienes reconocieron (modestia aparte) mis logros, los que me dijeron "soberbio", los que juraron que no llegaría a nada en la vida, los que me imaginaron como Presidente de la República (¡Dios los oiga!), los que me reprobaron sólo por sugerirles cómo llevar el programa de estudio, o los que me reprobaron sólo por no contestar el examen (que fijados); también las hubo divinas (como mi teacher de inglés de primero de secundaria, a quien tenía la facultad de sonrojar con mis comentarios sobre sus ojos azules), hubo quien enseñó una cosa y me regañó por decir que lo estaba enseñando mal y al otro día se desdijo y tuvo que reconocer que el que estaba mal era él (sin comentarios Cepillín), el que llegaba y ponía la pistola (sí esa que hace "pum") sobre el escritorio, el maestro de educación física que creía que éramos soldados y nos pedía que aguantáramos como si fuésemos deportistas olímpicos, el traumado que se la pasaba hablando mal de los directivos, el líder sindical que nunca iba a dar clases, el enfermo, el triste, la embarazada y el típico año escolar en el cual tuvimos cuatro maestros en el mismo curso.
Los recuerdos de las diversas escuelas, los consejos de los que se trataban de involucrar en nuestra vida personal, los prefectos tratando de ser más malvados de lo que normalmente son, el maestro típico al que sobornas por un 7, y el inolvidable (a quien por cierto, ahora sí olvidé su nombre) que te reprobaba sólo porque le caías gordo, con el riesgo de que te expulsaran de la escuela; el que perdía los apuntes y ponía las calificaciones como cayera, el que te aprobaba sólo porque le ayudabas con un programa de radio, el que realmente enseñaba y te hacía creer que había vida después de la escuela, la que se la pasaba hablando de sus hijos, al que no le importabas en lo absoluto, porque total, había cincuenta en el salón; en fin, tantos y tantos que no podría hablar de todos ellos, pero a la mayoría se les recuerda con cariño y admiración.
Los hubo pacientes, gritones, educados, acomplejados, hilarantes, serios, activos, flojos, estudiosos, apáticos, brillantes, estúpidos; pero aún con sus defectos, sin excepción, intentaron llenar el tiempo tratando de enseñar lo que sus complejos planes de estudio establecían.
Recuerdo anécdotas de profesores que me sacaron del salón por leer el MAD, de quienes reconocieron (modestia aparte) mis logros, los que me dijeron "soberbio", los que juraron que no llegaría a nada en la vida, los que me imaginaron como Presidente de la República (¡Dios los oiga!), los que me reprobaron sólo por sugerirles cómo llevar el programa de estudio, o los que me reprobaron sólo por no contestar el examen (que fijados); también las hubo divinas (como mi teacher de inglés de primero de secundaria, a quien tenía la facultad de sonrojar con mis comentarios sobre sus ojos azules), hubo quien enseñó una cosa y me regañó por decir que lo estaba enseñando mal y al otro día se desdijo y tuvo que reconocer que el que estaba mal era él (sin comentarios Cepillín), el que llegaba y ponía la pistola (sí esa que hace "pum") sobre el escritorio, el maestro de educación física que creía que éramos soldados y nos pedía que aguantáramos como si fuésemos deportistas olímpicos, el traumado que se la pasaba hablando mal de los directivos, el líder sindical que nunca iba a dar clases, el enfermo, el triste, la embarazada y el típico año escolar en el cual tuvimos cuatro maestros en el mismo curso.
Los recuerdos de las diversas escuelas, los consejos de los que se trataban de involucrar en nuestra vida personal, los prefectos tratando de ser más malvados de lo que normalmente son, el maestro típico al que sobornas por un 7, y el inolvidable (a quien por cierto, ahora sí olvidé su nombre) que te reprobaba sólo porque le caías gordo, con el riesgo de que te expulsaran de la escuela; el que perdía los apuntes y ponía las calificaciones como cayera, el que te aprobaba sólo porque le ayudabas con un programa de radio, el que realmente enseñaba y te hacía creer que había vida después de la escuela, la que se la pasaba hablando de sus hijos, al que no le importabas en lo absoluto, porque total, había cincuenta en el salón; en fin, tantos y tantos que no podría hablar de todos ellos, pero a la mayoría se les recuerda con cariño y admiración.
Sin embargo, uno de ellos ocupa un lugar preponderante, porque su sabiduría en esa área de conocimiento, aún sigue llenándome de luz y enseñándome la forma de solucionar toda clase de problemas.
Aunque sé que no siempre coincidimos en los puntos de vista, su audacia para detectar el menor de los síntomas de un asunto, y esa efectividad para encontrar el lugar exacto en dónde la norma establece tal o cual cosa, es impresionante.
A veces trato de enfocar las cosas con otro prisma, a veces soy necio y me niego a aceptar que mi maestro tiene razón, pero quiero que sepa que lo único que me mueve es disfrutar la forma en que defiende sus argumentos, su estupenda forma de entrelazar los hechos, las acciones y las soluciones.
Nunca se deja, pero a veces accede a concederme el beneficio de la duda, pero reconozco que sin sus enseñanzas estaría totalmente perdido.
Hoy que es el día del maestro, quiero hacer un reconocimiento a la mejor maestra de leyes que he tenido, quien además tengo la suerte que sea mi propia madre... ¡Enhorabuena y espero que disfrute su día en dónde quiera que esté!