El recuerdo más lejano que tengo de la Cuenca es del temblor de 1973, las vigas de la casa crujían con el movimiento, las tejas chocaban unas con otras, a mis cuatro años, era terrorífico.
Ese día fue un martes 28 de agosto y si alguien se queja de por qué tengo esa fecha en mi mente es simple, fue el cumple de mi señora madre y ella se ha encargado de recordármelo siempre, el día de la semana se investga fácilmente en el calendario...
Le tengo un especial cariño a esa zona de Veracruz, mi infancia desde los 2 y hasta los 8 años transcurrió en Cosamaloapan, aprendí a nadar en ese hermoso río Papaloapan que significa Río de las Mariposas en efecto, siempre había cerca de su superficie miles de éstas...
Luego salí de ahí y las continuas crisis económicas, el desinterés de los diversos gobiernos hicieron que esa bendita tierra sólo fuera famosa por Chacaltianguis y las inundaciones más o menos cíclicas de Tlacotalpan.
Cosamaloapan prácticamente desapareció del mapa económico y estoy cierto de que tiene muchos menos habitantes que hace cuarenta años.
Por cuestiones de trabajo, tengo que viajar desde agosto del año pasado a ese lugar, para ser exactos al reclusorio para ver la defensa de un cliente.
El pasado lunes 9 de mayo, quedé con esa persona de vernos en un punto cercano a Cosamaloapan para que fuéramos al juzgado a notificarnos y él a firmar en el libro de fianzas.
Subí a mi auto y viajé hacia ese lugar, en el camino escuchaba los 40 principales y las mafufadas de Facundo, La Garra, Tamarita Vargas y Omar Chaparro, iba pensando lo que haría al regresar de allá y los múltiples compromisos que habría de solventar.
Llegué justo cinco minutos antes de la hora, como siempre, me estacioné y al voltear vi cómo mi cliente llegaba en su auto y se dirigía hacia un lugar para estacionarse, ello me causó estrés, ya que no tenía listo nada de lo que debería de pasar a su coche para irnos, así que me apuré a tomar el cargador del teléfono y mi agenda, buscando en el asiento trasero el fólder con unos documentos.
Vuelvo a ver por la ventanilla y me doy cuenta que junto al carro de mi amigo estaba estacionada una camioneta SUV con vidrios polarizados y junto a la puerta del conductor de mi cliente un tipo con pasamontañas y algo en la mano.
El cerebro no puede reaccionar tan fácilmente ante lo que ve, tal vez sean los sicólogos los que lo puedan explicar, pero en vez de quedarme dentro de mi vehículo abrí la puerta, con el cargador, agenda y fólder en la mano y volteo nuevamente hacia el carro de mi cliente.
Mi mente pensó que se trataba de una persona que lo estaba saludando, sin embargo, era obvio que un saludador no tendría por qué traer un pasamontañas, menos en una zona donde el calor a esa hora del día ya rondaba los 30 grados centígrados.
Caigo en la cuenta de qué es lo que realmente está sucediendo y es en ese momento en el que el miedo llegó... no corrió adrenalina, no hubo parálisis, tampoco reacciones heróicas, sólo era miedo, el más absoluto y total miedo que se puede tener.
La vida te prepara para todo, pero no para prepararte a morir, se tejen tantas leyendas urbanas en torno a este tipo de hechos que cuando por fin te llega el momento de enfrentarte a ellos, sólo puedes pensar en que si dolerá, si debiste pelear esa mañana, si tenías que haber dicho ese te quiero que no te salió por la boca y se quedó reprimido en un berrinche estúpido.
Pero ahí estaba yo, parado, con la puerta de mi carro abierta, con todas esas cosas inútiles en las manos y sabiendo que sólo podía hacer una de dos cosas, dejar que las cosas sucedieran como estaban destinadas a pasar o tomar una acción que ayudase a mi cliente a salir del problema.
Nuevamente entré en mi vehículo y dejé todas las cosas en el asiento del copiloto, tomé el celular y decidí llamar a las autoridades correspondientes, en teoría sólo era cuestión de reportar el asunto, tanto el vehículo de mi cliente, como el de los presuntos delincuentes (presuntos... ¡por Dios, qué palabrita), bueno pues, el de los secuestradores traían placas del Estado, sólo era cuestión de anotarlas y de proporcionarle los datos a la policía de la dirección que tomaran, ellos deberían de hacerse cargo.
Pero, siempre hay un pero, ¿podía confiarle a la policía la vida de mi cliente, quien además es mi amigo?, una vez más las leyendas urbanas regresaron a mi mente y recordé aquélla en la que la policía protegía a los delincuentes, esa en la que les entregan cinco pesos a cambio de traicionar a la sociedad a la que deben de proteger.
Y me quedé con el celular en la mano, no entiendo cómo pero otra vez estaba de pie, junto a la portezuela de mi auto, sin marcarle a nadie.
Mi mente me decía, hazlo, la razón me decía, tan pronto la llamada llegue a la policía, los delincuentes regresarán a balacearte por andarte metiendo en sus asuntos.
Y entonces arrancaron los dos vehículos, el coche de mi cliente adelante, y la camioneta SUV atrás de ellos, el conductor del auto ya se había quitado el pasamontañas, en el asiento trasero del auto llevaban a mi cliente, alguien se había puesto en la ventanilla para evitar que se viera hacia adentro.
Salen hacia la carretera y veo que se dirigen hacia el mismo lugar de dónde yo había venido.
Sin pensarlo dos veces, me subo a mi auto y los persigo.
Manejo unos metros, aún con el celular en la mano y entiendo lo inútil de mi cruzada... aún suponiendo que pudiera seguirlos varias horas sin que me notaran, la falta de confianza en la autoridad seguría siendo el factor determinante de que no pudiese ayudar a mi cliente.
Por lo tanto, me detengo, regreso al mismo lugar en donde había pasado todo, me estaciono y doy parte a su familia y amigos.
Miro mi reloj, sólo había transcurrido tres minutos.