¿Por qué nos es más fácil convencer a un hijo ajeno de hacer ciertas cosas, que a los propios?
¿Por qué si a pesar de que seamos razonables, amables e incluso cariñosos, los fregados chamacos ni nos voltean a ver?
La respuesta a este problema se encuentra dentro de nosotros.
Como padres tendemos a no fijarnos en las cosa que hacemos y decimos delante de los hijos, olvidamos su presencia y obviamos que no son un objeto como la silla donde nos sentamos, ellos son omnipresentes...
Y hablamos, maldecimos, criticamos, señalamos, acusamos, delante de ellos, frente a su nariz.
La educación que les damos en casa procura enseñarles sobre todo valores, pero por alguna razón consideramos que el ejemplo no forma parte de esa educación.
Y así, mientras queremos que el niño no mienta, le mentimos a él descaradamente, queremos que no robe y compartimos el cable con el vecino de junto, le exigimos que no diga groserías y maldecimos todo el tiempo, le exigimos que crea en Dios y no vamos a la Iglesia, en fin...
Cuando en un acto de pura congruencia, el niño no nos hace caso, porque nosotros tampoco establecemos un mínimo de respeto hacia sus necesidades más imperiosas, entonces es cuando creemos que ellos están mal y que están siendo ingratos con sus padres.
El niño aprende a conocerte, a manipularte, las pequeñas rabietas establecen los límites a los que puede llegar, pero si eres muy duro con él efectivamente lograrás que te respete, sin embargo, si al mismo tiempo él será tu peor Juez cuando no actúes con la misma dureza en las cosas que tú hagas mal.
De tal suerte que por mucho que intentemos ser buenos padres, estar atentos a sus necesidades y complacerlos en todo, es más importante observarnos a nosotros mismos y darles el mejor ejemplo que podamos.
No importa que no tengamos dinero, que pasemos muchas necesidades, si los hijos ven que tanto ellos como nosotros pasamos por problemas al parejo, ellos nos respetarán e incluso nos apoyarán.
Pero... si no damos el gasto en la casa, pero llegamos bien borrachos los sábados en la tarde, si les exigimos que estudien, pero comentamos cómo hicimos tonto al jefe en el trabajo, ¿cómo pretendemos que sean personas de bien?
Si no quieres que tus hijos sean flojos, corruptos, tramposos, mentirosos, abúlicos, apáticos, etc., no les des ese mismo ejemplo, trabaja y demuéstrales cuál es el verdadero valor del dinero, de las cosas, pero sobre todo, del amor filial, ellos te lo agradecerán toda la vida.
¿Por qué si a pesar de que seamos razonables, amables e incluso cariñosos, los fregados chamacos ni nos voltean a ver?
La respuesta a este problema se encuentra dentro de nosotros.
Como padres tendemos a no fijarnos en las cosa que hacemos y decimos delante de los hijos, olvidamos su presencia y obviamos que no son un objeto como la silla donde nos sentamos, ellos son omnipresentes...
Y hablamos, maldecimos, criticamos, señalamos, acusamos, delante de ellos, frente a su nariz.
La educación que les damos en casa procura enseñarles sobre todo valores, pero por alguna razón consideramos que el ejemplo no forma parte de esa educación.
Y así, mientras queremos que el niño no mienta, le mentimos a él descaradamente, queremos que no robe y compartimos el cable con el vecino de junto, le exigimos que no diga groserías y maldecimos todo el tiempo, le exigimos que crea en Dios y no vamos a la Iglesia, en fin...
Cuando en un acto de pura congruencia, el niño no nos hace caso, porque nosotros tampoco establecemos un mínimo de respeto hacia sus necesidades más imperiosas, entonces es cuando creemos que ellos están mal y que están siendo ingratos con sus padres.
El niño aprende a conocerte, a manipularte, las pequeñas rabietas establecen los límites a los que puede llegar, pero si eres muy duro con él efectivamente lograrás que te respete, sin embargo, si al mismo tiempo él será tu peor Juez cuando no actúes con la misma dureza en las cosas que tú hagas mal.
De tal suerte que por mucho que intentemos ser buenos padres, estar atentos a sus necesidades y complacerlos en todo, es más importante observarnos a nosotros mismos y darles el mejor ejemplo que podamos.
No importa que no tengamos dinero, que pasemos muchas necesidades, si los hijos ven que tanto ellos como nosotros pasamos por problemas al parejo, ellos nos respetarán e incluso nos apoyarán.
Pero... si no damos el gasto en la casa, pero llegamos bien borrachos los sábados en la tarde, si les exigimos que estudien, pero comentamos cómo hicimos tonto al jefe en el trabajo, ¿cómo pretendemos que sean personas de bien?
Si no quieres que tus hijos sean flojos, corruptos, tramposos, mentirosos, abúlicos, apáticos, etc., no les des ese mismo ejemplo, trabaja y demuéstrales cuál es el verdadero valor del dinero, de las cosas, pero sobre todo, del amor filial, ellos te lo agradecerán toda la vida.
Excelente consejo amigo, Dios te bendiga siempre....
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