Tu pelo tapando tus ojos radiantes, tu cara iluminada por la luz de la mañana.
Recargada de cualquier forma en la barandilla del segundo piso de aquélla hermosa escuela.
Recitábamos a Neruda, a Díaz Mirón, a Bécquer, a Mistral, a De la Cruz, a García Lorca, a Acuña.
"¡Pues bien! yo necesito
decirte que te adoro
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto
al grito que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión."
Y tu infantil risa cada vez que enfatizaba la última palabra en cada línea.
Los hoyitos en tus mejillas cada vez que te reías.
Tus palabras hablando de todo lo que hiciste antes del receso, de tus triunfos, de tus planes.
Los eternos paseos acompañándote a tu casa, mientras disfrutaba el placer de tu compañía.
Ese primer beso que te robé casi frente a tu casa, los siguientes en los que te enseñé a besar.
Tus abrazos, tus manos, tu mirada, todo eso está impregnado en mi mente, en mis recuerdos.
Siempre serás el mayor de mis triunfos, la persona más difícil de olvidar.
Ahora escucho tu voz, escucho tus miedos, escucho tus sentimientos.
Quisiera poder hacer más por ti, pero sé que todo tendrá que ser a su tiempo.
Aún así, conservo la esperanza de que algún día pueda verte otra vez.
Que volveré a abrazarte, a besarte, pero la realidad me regresa, me ubica, me hace saber la verdad.
Hoy a pesar de la incertidumbre, sólo me queda brindar por esos días que no volverán.
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