Cayó la noche una vez más sobre la Ciudad, las estrellas poco a poco surgen cual luciérnagas temerosas, una a una en el rojo atardecer.
Noche sin luna, noche que desnuda los sentimientos, noche que te hace sentir más vacío, más vulnerable, más solitario.
Esa noche que te recuerda que aún tienes recuerdos, que aún piensas cosas que no deberías de pensar, sentimientos que aún están latentes en cada uno de los poros de tu piel.
A veces, al contemplar la oscuridad de esas noches tan desiertas, surge la pregunta de que si habrá un amanecer, o si el Sol volverá a brillar por la mañana.
Mirar las pálidas estrellas cómo cuelgan de esa bóveda inmensa, inalcanzable, inconquistable, reduce, minimiza, atemoriza.
¿Ese es el Cielo a dónde hay que ir luego de morir?, seguramente así será, el alma, una vez desechando ésta envoltura terrenal, estará pronta para subir ahí.
Buscar una imagen, una palabra, un reflejo enmedio de las constelaciones no es difícil cuando hasta cerrando los ojos surge esa mirada que antes te decía todo sin hablar.
Cuando en tu pensamiento está grabada hasta la forma en que caía su cabello por su frente, mientras el viento acariciaba su faz.
Pero es la noche la que en su eterno transcurrir la que te recuerda todo eso, es esa noche sombría la que te hace pensarle, necesitarle, quererle.
Es esa noche en la que algún día, todos tendremos que perdernos para siempre, pero que hoy, sólo transcurre lentamente, demasiado lentamente.
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